El Naufragio
entre sombras y luces
William Goitía
Loyo
En lo más elevado del cielo nocturno, de
su profunda oscuridad de la noche de Luna Nueva, enmarcada por pesadas nubes,
se deja entrever la luz de un grupo de estrellas, que se proyecta hacia la
Tierra, como betas de luz en la penumbra, constelación que los indígenas
manteños nombran como El Viejo, que les señala el inicio de las lluvias y el
nuevo año agrícola.
Cuando el reloj raya las doce, tres hombres parecen jugar a ser sombras,
mimetizan la noche, criptica invisibilidad, parecieran moverse entre las
estrellas. La marcha presurosa del
anciano octogenario parece desafiar la oscuridad, con su cabellera blanca,
iluminando como cocuyo la penumbra, delatando su presencia, de mirada altiva,
de contextura fuerte, rostro anguloso y frente amplia.
El roció moja el aire, marcando el paso
de las primeras lluvias de la temporada, que caen sutiles en la calma silente
del pueblo, las sombras se humedecen, las gotas se adentran preñando la tierra,
la brisa fresca traspasa la oscuridad sin luna.
Los caminos enlodados memorizan las huellas,
-Vamos Cocho, hijo no te quedes atrás, mira
que la embarcación que regresa a Sechura, nos aguarda-.
Cocho es un joven, de unos 20 años, pequeña
estatura, con rasgos indígenas, de cabello lacio, negro azabache, se mueve con
la ligera gracia de un cometa entre las estrellas, acompañado de su amigo
contemporáneo Camilo, entre el nerviosismo y la osadía propia de la edad, burlan al
silencio.
- Vamos
Camilo, ya papá se molestó, por estar con tus bromas, de fantasmas y piratas.
- Sólo
espero que el francés nos ofrezca un buen emprendimiento, porque con tu papá
los negocios no se han dado muy bien.
- Ahora
lo más importante es ampliar la distancia con Don Zegarra, porque con su estado
de ánimo es capaz de mandarnos a fusilar.
- Yo
diría que los más importante para mi papá, es que estos dos baúles de libros y
manuscritos, no los dejemos en el camino.
Anda de prisa, que ya estamos llegando, y este baúl está muy pesado.
El murmullo del río enmudeció las voces,
el oleaje se batía contra la pequeña embarcación, estremeciéndola como el
corazón agitado en el mar de sus pechos agobiados, así como las tormentosas
olas del Río Guayas, en la ciudad de Guayaquil, desde donde se disponían a
partir.
Liberados los amarres, se da inicio a la
navegación, así los tres hombres también se liberaban de los amarres a las
deudas, con la esperanza de lograr el sosiego y mejorar su suerte económica,
que le permitiera continuar sus proyectos en el Perú. La navegación inicio su
trayectoria sobre el amplio río, y entre la oscuridad de la noche.
Entretanto, el
río empujaba la embarcación, como si una enorme ballena los trasportara en su
lomo. Así pasaron algunas horas, mientras disfrutaban aquella sensación de
alivio y libertad, que les permitía resbalarse hacia el sueño.
Una algarabía de
pájaros, que cantaban sus himnos al sol, celebrando el inicio del día, con el
levante de la luz, al Este del horizonte, el sonrojar de las enorme nubes, que se
trasmutaban en cortinas acuosas a la distancia, mientras la embarcación
bordeaba la isla Santay, justo antes de la desembocadura al Océano Pacífico.
Ante el desvestir de la enorme amplitud
del agua, que achica aún más la embarcación,
el capitán de la nave, un hombre robusto, de talla inmensa, y de palabra
esquiva, con mirada inquietante, lucha por mantener la dirección de navegación. Sintiendo la minusvalía de la maquina ante el
cielo espeso, giró el timón en dirección Norte-Sureste, con la mar embravecida,
y aprisionados por el viento que sacude las velas.
El anciano, ante esta
nueva fuga, cavilaba en la inmensidad de su soledad.
[-Pensar que hace exactamente 56 años, que
también escapaba y me hice a la mar, en el mismo cielo, pero con dirección
opuesta, hacia Jamaica y Estados Unidos de Norteamérica, entonces joven, huía
de Caracas, por la opresión política de la Colonia, ocultándome en el nombre de Samuel Robinson, como mi
propia isla, con la convicción de que esto me darían el poder de la
invisibilidad, además la fuerza de la predicción y la inteligencia para sortear
las dificultades, con la convicción, que da la juventud, de poder transformar el
mundo, desde la base, desde la piedra angular: la educación. Para ese entonces
la nave que me llevaba, se desplazó por las apacibles aguas del Mar Caribe,
guiándonos en la noche, sin saberlo, por las luces de las estrellas del Fuego
Nuevo y El Mercado, del cielo Azteca.
Contemplando las lluvias de estrellas, en la noche oscura de la Luna
Menguada-].
Este fue un viaje largo, que perduró por
26 años, hasta que nuevamente las olas lo trajeron a las costas de Cartagena,
en el año 1823, ya contaba entonces con 54 años, atraído por la constitución de
la unión de naciones en la conformación de la Colombia de Miranda.
A sus 84 años, contados por el número de
cicatrices, que la vida le ha dejado, precio pagado al regreso de su visibilidad,
trasmutación del retorno, a la Tierra Americana, a la lucha americanista, a lo
tangible de su propuesta de la batalla
educativa. Colocado adelante de la confrontación de ideas, la posibilidad de
brindar luces al pueblo pobre, abandonado y maltratado.
En el atardecer del día, la nave avanza
timorata, a merced de la fuerza del viento y la tormenta, en el vaivén de las corrientes
marinas encontradas.
-Ten cuidado Cocho, sostén a tu papá,
que no tiene fuerzas y podría caer al agua-, le exclama Camilo, mientras se
sujeta con fuerza a babor. En ese
momento la furia del viento hace crujir el mástil de la embarcación, mientras
el capitán con una voz muy potente hace la advertencia
-¡Cuidado!, ¡Protéjanse!, ¡Mástil abajo!
El cielo parece caer a pedazos, sobre la
pequeña nave que traslada los sueños de la luz, titilando débilmente. La nave permanece a la deriva, a merced de
las corrientes, se ha averiado severamente y es un nuevo tiempo de naufragio, permanecen a merced de la suerte, aislados en
sus pensamientos.
El empeño, esa fuerza interna que brotaba
como serpiente ante el reto de sus
detractores, la constancia y la imaginación con la que trataba de sortear las
dificultades económicas, lo han llevado a la permanente búsqueda de argumento o
mecanismo que les permitían seguir iluminando al pueblo, aun en esta última
etapa, fabricando velas de cebo, o de crear una empresa refinadora de esperma y
fábrica de velas. El viejo incansable.
Cocho entre nervioso y asustado, en un
arrebato de desesperación, se dejó llevar por la tribulación y el miedo, arremetió verbalmente contra su padre, el
anciano maestro, que ya se desvanecía en su débil llama.
-¡Calamidad tras calamidad, es tu senda!,
¿es verdad lo que dicen?, ¿es verdad que estás loco?.... ¡ya que importa moriremos
ahogados!
Ante el silencio del cabizbajo anciano,
Camilo intercede.
-Mira Cocho, tranquilo, que seguramente
algunos pescadores nos van a localizar y rescatar, mantén la calma, qué te parece si intentamos pescar, mira que
las provisiones están escasas- Así se entretuvieron un buen rato, sin
resultados favorables.
Llegada la plena oscuridad de la noche,
comienza un período de calma, ya pasada la tormenta, pero la embarcación
continúa a la deriva, en medio de un océano calmado, y como jóvenes, pronto
dejan las tribulaciones y se sumergen en el sueño intranquilo. Sin embargo el
anciano no descansa en sus pensamientos tormentosos, les llegan a la mente algunos
momentos trascurridos en décadas pasadas, en esta isla Gran Americana.
“Yo no vine
a la América porque nací en ella, sino porque sus habitantes estaban tratando
una cosa que me agradaba, y me agradaba porque me parecía que era buena, y
porque el lugar era propicio para la conferencia y para los ensayos, y porque
era Simón Bolívar quien ha suscitado y sostenido la idea.”
A su llegada al continente Americano, este
hombre de luces, sufrió muchos desplantes, burlas y desprecios, pero cuando ya estuvo
ante la presencia de Bolívar, este lo puso a la altura del maestro ante todos, lo
recibió con gran aprecio y cariño, acompañó y respaldó sus propuestas y
proyectos, y por medios de decretos, facilitó fundar escuelas en Ecuador, Perú
y Bolivia, estaba comandando así, la lucha por la segunda Batalla, la cultural,
la educativa.
Pero el Libertador debía continuar la
campaña liberadora por Suramérica, para lograr extirpar definitivamente los
ejércitos españoles de las tierras Suramericanas. Así que sin saberlo, el día 6 de enero de
1826, cuando parte de Chuquisaca camino a Lima, sería la última vez que lo
vería. Entonces fue el comienzo del calvario, para ambos.
“-Me quitaron todo el apoyo que había
obtenido de Simón, y en mi intento por abrir espacios de luz en la oscuridad de
los pobres y abandonados, debí pagar la deuda de mantenimiento, que acabó con
lo que había reunido para mí, quedando sin recursos. Fue un choque moral, enfrentado
prácticamente sólo, mis ideas de la educación liberadora, contra el viejo
modelo colonial instaurado, defendido por los conservadores y por muchos de los
líderes independentistas, quienes lograron victorias militares, pero derrotas culturales,
por llevar adelante la concepción del modelo imperial. De allí que de la
conciencia del pueblo, no pudimos sacar a los colonizadores, donde todavía
persisten como una auto invasión, aplaudiendo y defendiendo al colonizador”.
El aislamiento cercaba al anciano, hasta
el rincón de su alma, una isla profunda y dolorosa, sin salida, sin fuerza, sin
esperanza de partir de regreso, tantas veces pedido al Libertador, sin obtener
respuesta. Claro estaba, que sus
enemigos, interceptaban sus cartas y las destruían.
Los pelícanos
pasaron rasantes sobre los pensamientos de Simón, la brisa sacudió su liviana
cabellera, seca y quebradiza por el sol de los últimos días, y apenas tuvo
fuerza para voltear la mirada y ver como el ave peinaba las olas. A lo lejos las palmeras danzaban con el
viento, dándole la bienvenida a los sobrevivientes. Atrás los cerros, de un bosque seco, repleto
de árboles de algarrobo, ceibo y guayacán,
donde se albergaban enormes bandadas de pericos y cotorras, que rasgaban
el aire con sus cantos sonoros del atardecer.
Ante la
señal de los brazos y saltos de Cocho y Camilo, mudas las gargantas por la
deshidratación colectiva, un grupo de pescadores indígenas los socorrieron, trasladando
al anciano moribundo, a sus chozas de pesca, en la costa cercana
a la población de Amotape.
Para entonces, Cocho ya había tomado una
determinación.
-Me voy, seguiré mi propio rumbo, no
quiero seguir pasando estos momentos de angustia, veré si puedo conseguir
ayuda, te encomiendo a mi padre.
-Que broma me estás echando, con tu
anciano padre que está tan delicado de salud, me parece que debes acompañarlo.
Le requirió Camilo.
-No puedo más, trataré de buscar trabajo
en alguna hacienda, para ver si salgo adelante.
Sin decir más palabras y sin nada de
equipaje, se subió a otra embarcación, con rumbo desconocido, hacia las
mazmorras de la historia. Dejando abandonado a su padre, a la suerte del
destino inexorable. Otro abandono, ambos a los extremos de su vida.
-A este anciano ilustrado, no lo puedo
dejar sólo, voy a seguir acompañándolo.
Así fue como el joven, un hijo del pueblo, fue quien acompaño al maestro
hasta su último aliento.
Allí quedaron ambos naufragando en una
choza, aislados del pueblo, sin bastimento, ni atención médica, con sus dos
baúles con libros, manuscritos y fotos.
Fue a partir del día 28 de febrero de 1854, cuando logra salir de sus
islas y sus naufragios, regados sus manuscritos en el aire, por el fuego de la
llama y entre las raíces de la tierra americana, viajando entre los pueblos,
como rayos de luz que en medio de la tormenta, en el relámpago del Catatumbo,
en la Luna que ilumina liberadora de la noche oscura de la colonización, que
todavía falta vencer.
Esa noche, a partir de las 11, Robinson
logró su libertad y transitó entre las estrellas de las constelación Caribe
Tamukan, y las del Sur de los pueblo Guaraní del Venado y el Avestruz Blanco, que brillaban
para entonces en el fondo oscuro de la noche sin luna, mostrando los dioses
indígenas, que lo guían en gratitud al escape del Robinson Latinoamericano de
la isla terrestre, para tratar de alcanzarnos con su luz, desde lo más alto del
cielo y entre la profundidad de la Madre Tierra.
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